Más allá de los diagnósticos finos sobre nuestro sistema educativo que aportan las evaluaciones de los organismos multilaterales, el elemento básico que, en materia de resultados, mejor caracteriza la anomalía de nuestro sistema de educación y formación en la comparación internacional es, sin lugar a dudas, el patrón de distribución de nuestra población joven por niveles formativos.
Así, cuando se agrupan dichos niveles en tres categorías y se analiza cómo se reparte la población de esas edades de acuerdo con ellas, se aprecia un esquema en forma de V, frente al de V invertida que es característico de países avanzados. Es decir, carecemos de una población joven, suficientemente numerosa, poseedora de un nivel formativo intermedio; y esa brecha es atribuible, casi en exclusiva, a una escasa presencia en la Formación Profesional de grado medio.
A la luz de las comparaciones internacionales, nuestro sistema de educación y formación ha arrastrado, durante décadas, dos defectos fundamentales: una notable rigidez, que le ha hecho incapaz de adaptarse a las diferencias individuales de los adolescentes, obstaculizando la permanencia en la formación reglada a aquellos jóvenes que, probablemente, optarían por una FP ; y una falta notoria de conciliación entre el mundo de la formación y el mundo del empleo en la educación secundaria postobligatoria.
Ambos rasgos nos han distinguido de la mayor parte de los países de la UE y están en la base misma de nuestros anómalos resultados. Junto con esa falta de flexibilidad, la hipótesis explicativa más consistente de esta anomalía española -que se ha traducido igualmente en altas tasas de abandono educativo temprano- es la de la elevación del coste de oportunidad, para los alumnos y sus familias, vinculado a la permanencia en el sistema reglado.
Mientras los obstáculos dificultaban el avance de los jóvenes de conformidad con sus aptitudes e intereses, los incentivos -en especial los económicos- se situaban fuera de la formación reglada, se sumaban a los obstáculos y promovían el abandono educativo en los alumnos con menores apoyos familiares. Por ello, cuando la crisis de empleo juvenil ha hecho presencia entre nosotros, la citada anomalía se ha empezado a corregir, de un modo lento pero progresivo.
Se trata ahora, de ordenar las actuaciones de tal modo que se eliminen esos obstáculos innecesarios y, además, se desplacen los incentivos del exterior al interior del sistema reglado, incorporando en su seno los necesarios estímulos formativos y económicos, mediante modelos organizativos y fórmulas retributivas vinculadas a contratos específicos como parte, en todo caso, de la FP reglada.
En esa dirección, aunque con mucho retraso, estamos empezando a caminar. Y precisamente en esa dirección se sitúa la FP dual , en tanto que modelo formativo compuesto empresa-centro educativo. Sus diferentes expresiones han de compartir al menos dos rasgos característicos: una franca corresponsabilidad del sistema educativo y del sistema productivo en la FP de las nuevas generaciones, y unos adecuados incentivos económicos para los alumnos.
Cuando las tecnologías cambian muy rápidamente la empresa constituye un lugar privilegiado para aprender. Por razones de índole tanto económica como social, es preciso que las administraciones educativas, las organizaciones empresariales y las Cámaras de Comercio trabajen, codo con codo, para hacer de la FP dual una formidable palanca de progreso.
Francisco López Rupérez, Presidente del Consejo Escolar del Estado | 3/12/2014 -